A pesar de que los primeros avances en técnicas de reproducción asistida (TRA) comenzaron en el siglo XX, el desarrollo global de estas técnicas -junto con el amplio acceso que han desarrollado- son propias de este siglo. Es decir, es el siglo XXI el testigo de esta revolución científico-tecnológica aplicada al mejoramiento de la fertilidad tanto femenina como masculina. Además, y en consecuencia con su sentido revolucionario, estas últimas técnicas de concepción han conllevado a pensar en nuevas formas de entender a la maternidad, la paternidad e incluso la infancia. En otras palabras, las técnicas de reproducción asistida no sólo han posibilitado que parejas con problemas de infertilidad lograran ser padres sino que también han permitido que tanto mujeres como hombres solteros o como parejas del mismo sexo tengan acceso a la misma posibilidad.
No obstante, las TRA en los casos mencionados han generado cierta controversia al respecto. Por eso, el Comité Ético de la Sociedad Americana para la Medicina Reproductiva (ASRM, por su sigla en inglés) ha decidido emitir un comunicado en donde expone su punto de vista en relación al tema que tratamos. El texto en cuestión (Access to fertility treatment by gays, lesbians, and unmarried persons: a committee opinion) se plantea hasta qué punto la conformación de una familia monoparental y/u homosexual representa un problema para la crianza de un/a niño/a. Luego de reveer algunos argumentos a favor y otros en contra, el comité concluye que no existen datos que demuestren que un niño o niña criado por una persona soltera o por una pareja lesbiana o gay enfrente problemas o situaciones más graves que los que un niño hijo de una pareja heterosexual pudiera tener. Asimismo, recalcan que determinadas investigaciones han demostrado que las identidades sexuales (incluyendo la identidad y comportamiento de género junto con la orientación sexual) se desarrollan en mucho de la misma manera entre niños de madres lesbianas y niños de parejas heterosexuales. Por otra parte, las investigaciones que comparan los padres gay con los padres heterosexuales tienden a favorecer a los primeros puesto que se ha encontrado que son más atentos a las necesidades de los niños y más maternales y cariñosos que los segundos, quienes sólo suelen verse como los encargados de proveer seguridad financiera. Por todas estas razones, concluyen que el deber ético que implica la aplicación de programas de fertilización asistida no puede negar tratar personas solteras, gays o lesbianas.
De todas formas, cabe aclarar que la negación a brindar técnicas de reproducción asistida a los casos comentados aquí se dan únicamente en algunas instituciones médicas, habiendo muchas otras que sí lo permiten (siempre que el marco legal del país en que se encuentre lo permita -discución que implicaría otro artículo). Así, encontramos que países como Estados Unidos, México, Irlanda, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón, Grecia o Australia han visto un aumento en el número de familias monoparentales, lo cual nos habla de una apertura a nuevas maneras de concebir las relaciones familiares a nivel global.
Por último, y a la vista de lo expuesto en este artículo, nos resulta evidente que los avances en reproducción asistida no sólo representan un beneficio para los inconvenientes de infertilidad que una pareja tradicional pudiera tener sino que también representan una solución para la infertilidad simbólica que han sufrido tanto las parejas del mismo sexo como las personas solteras.
En definitiva, las técnicas de fertilización asistida del siglo XXI han venido a democratizar, en cierta forma, el acceso a la maternidad/paternidad a gran número de personas.
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